Amabilidades


Defiendo, como ya decía en la carta de presentación de la candidatura, una ciudad amable. Incluso creo que esta palabra debería calificar nuestra idea de ciudad, por encima de cualquier otra: una ciudad amable. Valladolid amable. Para conseguirlo creo que hay que tomar algunas medidas estructurales, como las destinadas a apaciguar el tráfico (origen de buena parte del ruido, contaminación y tensión de la ciudad), aliviar la presión inmobiliaria (algunos de los barrios previstos en las “áreas homogéneas”, por ejemplo, no puede decirse que sean cuidadosos en la creación de espacios urbanos acogedores) o la escala de los equipamientos (esa manía de las “ciudades de” cualquier cosa: de la justicia, de la comunicación, etc.). También, desde luego, a resolver de una vez el soterramiento (tal y como está, la vía es hoy en día otro signo de tensión urbana). Pero además, y de manera destacada, creo que hay que actuar en otros dos frentes: en la cultura urbana (incluyendo la participación pública), y en los detalles de tratamiento del espacio urbano.

Gusto por las construcciones modestas. Actuar para la promoción de una determinada cultura urbana significa poner en marcha lo que podríamos llamar un urbanismo de la no violencia. Es conveniente pensar en las mejoras que hay que hacer en todas partes, pero a la vez también tiene interés valorar lo que se tiene, sin desear la demolición prematura de todo. Entre otras cosas, porque con frecuencia esas mismas demoliciones arrastran intereses de muchos, que se mutilan a favor de la nueva obra. Para entendernos, podemos recordar la demolición, hace unos años, de las casas que existían junto a la catedral. ¿Por qué se eliminaron? ¿A quién molestaban? ¿Por qué no se eliminó la que hay en la Plaza de la Universidad, propiedad del Arzobispado? El derroche de dinero público que se empleó en la expropiación no hay quien lo justifique, pero es que además el misticismo subyacente que alimenta la idea de que junto a la catedral no debe haber edificios civiles (sólo arte noble, calma cósmica y ruinas metafísicas) es fundamentalista. La convivencia con las cosas da color a la vida urbana. Y aceptarlas, cuando no implican problemas directos, sino únicamente contradicciones estéticas, del gusto, es con frecuencia más saludable que muchas de las propuestas de sustituirlas. Gustar del mundo y de las cosas de la ciudad.

Pacifismo. En efecto, puede pensarse en un urbanismo no violento, incluso pacifista, que asuma lo que existe sin avasallarlo para sus fines. Un urbanismo que tenga presente que lo que se construyó fue hecho generalmente con cuidado, interés, e incluso (seguramente) con intención estética para embellecer la parte de ciudad que le correspondía. Un urbanismo en cierta forma conmovido con lo que queda de las vidas que por allí pasaron. ¿Tan necesario es siempre demoler? ¿No hay fórmulas que puedan integrar lo que se nos aparece con lo que pretendemos conseguir? ¿Es necesario dejarse llevar por lo grande, lo enorme, las grandes plataformas? ¿Tanto nos gusta Napoleón? “Nos afirmamos y sentimos importantes cuando reconocemos que tenemos un impacto” (J. P. Lederach). Pero el problema más grave es el de acostumbrarnos al modo violento de resolver y actuar. Jacques Ellul enunció sus “leyes de la violencia”. Entre ellas: “La continuidad: una vez que se emplea la violencia, la única opción abierta es la de seguir empleándola, es decir, que la violencia es auto-perpetuante. La reciprocidad: la violencia crea y engendra violencia”, etc. La amalgama de ruinas, de proyectos acabados, ya muertos (como el la Colegiata) y de proyectos fallidos (la Catedral), con las piedras amontonadas de otras construcciones, ¿no brillaban más en compañía de aquellos edificios menores? Demoler, sólo como última solución. Porque ya lo hemos dicho: podemos acabar acostumbrándonos a la violencia. Se limpia de casas la manzana de la catedral (¿se corrompen los edificios religiosos con el contacto de las casas de la gente?), se tira el atrio de la catedral (insistimos: ¿qué daño hace?), por pura vagancia intelectual, eludiendo estudiar otras soluciones más matizadas, y acabamos una vez más entusiasmados con las líneas rectas, las grandes avenidas y los grandes estadios. Mejor hubiera sido mantener las casas viejas junto a la catedral, esos restos que unen lo que la vida o la muerte han separado, y desgarrado la violencia.

Detalles. Hay un blog (
pillalaciudad) que se dedica a valorar con interés los detalles de Valladolid. Ése es el tono. Promover el cuidado en el detalle cuando se actúe sobre el espacio urbano. Continuar, desde luego, con la política de ensanchar aceras y ganar terreno para los peatones, que se inició hace ya un par de décadas, pero también cuidar la plantación de nuevos árboles (un buen árbol, si está bien emplazado, le proporciona a la calle donde esté algo de belleza y paz). Prever la posibilidad de poner los pies en el agua en el verano. Atender a los colores de la calle, evitando los tonos menos agradables. Promover caminos de tierra, para poder andar sobre un suelo más mullido. Impulsar la construcción de soportales (que protegen del clima adverso, dan sombra, procuran abrigo frente a los vientos dañinos y facilitan el comercio), cubiertas verdes y terrazas jardín. Garantizar que haya una buena distribución de cafés en las esquinas, y que los mejores lugares no van a acabar siendo tomados por oficinas bancarias. Cuidar la disposición de fuentes de beber, de asientos en las calles, de miradores sobre las lejanías. Impulsar la colocación de flores y plantas en las calles. Procurar (por medio de una adecuada mezcla de usos) que no queden espacios vacíos en la noche. Extender los rótulos explicativos, las indicaciones al viajero. Procurar (con una estudiada disposición de los volúmenes) que el sol llegue a todas partes. Evitar esquinas “hirientes” (esos ángulos demasiado agudos). Aplicar con gusto (esto ya se hace, por cierto) los ajustes en la urbanización para evitar discriminaciones a los discapacitados (rampas, pavimento de botones, etc.). Poner más evacuatorios (¿por qué hay que entrar en un bar?). Cuidar que las cosas funcionen y los relojes públicos estén en hora. Dar cauce al discreto encanto de comer en la calle. Ver con gusto la ropa tendida de las viviendas que aún la cuelgan hacia la calle, como signo de vida urbana. Cuidar la disposición de papeleras y buzones. Procurar un alumbrado público más ecológico, menos espectacular, menos contaminante. Ya que no podemos garantizar que la calle huela a cruasán, promover al menos, con el cuidado en la selección de plantas, olores y colores en unas y otras zonas urbanas, en determinadas épocas del año. Cubrir con toldos las zonas más duras del verano (el paso peatonal de algunos puentes, por ejemplo). Favorecer la actividad de los músicos y los malabaristas en las calles. Y muchos más detalles dirigidas a asentar esa idea de la ciudad amable.

Mucha gente vive sólo en los
detalles de la ciudad. Allí dentro, sólo en los detalles. Únicamente en la pequeña escala, en las pequeñas cosas. La ciudad, para ellos (para nosotros), empieza y acaba en el sol que llega a la plazuela que está junto a su casa, los vuelos que les protegen cuando llueve, el andar tranquilo, la cercanía de las tiendas de cada día, alguna vista agradable, algún diálogo entre una y otra casa (referencias, guiños) de los que somos conscientes, el cuidado de las cosas, su limpieza, los materiales agradables (la madera, el ladrillo), los recuerdos, que corra la brisa, que se filtre la luz, una terraza, un toldo, un banco, ver niños sueltos, sentir la actividad, sentir algo de orden, algo de respeto, ventanas iluminadas, el agua, los árboles, la vida.

La imagen del encabezamiento procede de atorrante.blogspot.com

1 comentario:

davigon2 dijo...

Totalmente de acuerdo en este articulo. Pongo un ejemplo: Hace un par de años, en Zaragoza, fui a ver la Expo, y me encontre con una estacion de trenes (la nueva, que es la del ave, luego hay otra que es mas viaja y pequeña), grande no, grandiiiiiiiiisima, no sabria decir lo que mide, pero sin temor a equivocarme pued decir que sera por los menos 7 veces mas larga que la de Valladolid. Supongo que el coste economico de construir esa estacion habra sido enorme, y luego sin embargo se podia ver una dejadez en otros elementos mucho mas importantes como eran semaforos, papeleras, bordillos rebajados para minusvalidos,... que seguro que tienen unos costes muy inferiores.

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