Pasar a limpio los poemas


Lo reconozco: me gusta Millás. Hoy escribe en El País una pieza titulada “Vampiros”: “Me compré un cuaderno de los de tapa dura y lomo de piel, para escribir un libro de poemas. Luego resultó que los poemas sólo me salían si los escribía en papeles sucios. Y aunque eran excelentes, lo juro, se convertían en malos al pasarlos a limpio en el cuaderno especial de tapa dura y lomo de piel, como si los poemas no fueran partidarios de aquella forma de desclasamiento. Tu mundo, me decían, está en los cuadernos baratos, en el papel higiénico o de cocina, en los folios usados, en las libretas escolares…”. A veces pasa. Porque lo más curioso de Millás es que, diciendo disparates (¿se podría decir “disparates poéticos”?), suele acertar.

De hecho, es un síndrome bastante habitual entre los alumnos de Arquitectura: los croquis pequeños (hechos en alguna servilleta, un papel sucio, a veces incluso sobre la misma mesa) funcionan con frecuencia estupendamente. Pero al pasarlos a limpio, en grande, bien dibujados y con precisión, no sólo pierden su encanto, sino que acaban resultando bastante deficientes. ¿Qué ha pasado entretanto? A veces también sucede en algunos momentos de ciertas formaciones políticas, donde determinados enunciados básicos, que al salir calientes de las asambleas, foros o reuniones, tienen enorme potencia, vigor y encanto, resultan sugerentes y atractivos, cuando los vemos formulados como proyectos de ley, mociones o informes se vienen abajo. Tal parece que se adaptan mejor a las charlas con una caña y el paseo con los amigos, “las esquinas de los periódicos” o “los espacios libres de las cajas de paracetamol” que al boletín oficial o los discursos formales.

“Si alguien los lee, se vuelven malos, al modo en que la luz destruye a los vampiros”, dice Millás de sus poemas de servilleta. En mi opinión, lo mismo que sucede con ese paso del croquis al plano, que comentábamos antes, el error está en pensar que el poema está ya completo en la servilleta, y que tras él sólo queda un trabajo mecánico, sin aportación. Las cosas, creo, no son así. Del poema a su edición hay que seguir atravesando túneles (de forma y de sentido), trampas (para cazar ingenuos), y laberintos (de metáforas y sueños), territorios donde la servilleta en que escribimos aquel poema breve no va a ser ninguna garantía: sólo funciona bien como amuleto.

1 comentario:

FernandoG dijo...

¿Millás...?
¿Aquel que escribió el hombre..?

http://www.elpais.com/articulo/ultima/hombre/elpporopi/20070525elpepiult_2/Tes

La suerte, o la pena, es que solo escribe una columna, los viernes en El Pais..(¿pero como lees eso...?).
Un saludo..

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